Recuerdo con nostalgia aquellas tardes de verano, que pasaba en casa de mis abuelos.
Me acuerdo de la azotea blanca recién encalada, llena de geranios rojos y clavellinas; las sábanas tendidas con muchos alfileres, para que el levante no se las llevase y fueran a parar al patio de la vecina, y el olor a hierbabuena del puchero de mi abuela.
Lo primero que hacía cuando llegaba a la casa, era ponerme una falda de gitana, verde con lunares blancos y unos tacones que eran herencia de mis primas. Corría a ver a mi abuelo, para que me cantase una de sus coplillas que tanto me gustaban y mientras me tocaba las palmas y cantaba, yo aprendía los primeros compases del flamenco.
Este post de Chano Lobato está dedicado a ellos, a mi abuela por los cuentos, y a mi abuelo por enseñarme el compás de contarlos.
Coco.
Lo primero que hacía cuando llegaba a la casa, era ponerme una falda de gitana, verde con lunares blancos y unos tacones que eran herencia de mis primas. Corría a ver a mi abuelo, para que me cantase una de sus coplillas que tanto me gustaban y mientras me tocaba las palmas y cantaba, yo aprendía los primeros compases del flamenco.
Este post de Chano Lobato está dedicado a ellos, a mi abuela por los cuentos, y a mi abuelo por enseñarme el compás de contarlos.
Coco.