Había pasado mucho tiempo bajo la luz cálida del sol y Lucía corría por toda la campiña del Monte Bajo, sus pensamientos ya no eran los mismos, su mente ya no se encontraba allí, donde sus recuerdos habían estado siempre, Lucía estaba en otro sitio. No sabía dónde, pero se encontraba en paz.
Tras el accidente de tráfico de Miguel, las cosas no habían vuelto a ser las mismas, la ciudad ya no parecía ser tan interesante, los amigos se habían vuelto tristes y melancólicos, las cosas parecían no tener sentido y la soledad era una constante en su vida.
Cajas y cajas de recuerdos componían la nueva decoración de su piso en el centro de la ciudad, pero sólo una llamó la atención de Lucía, no la había visto nunca, no tenía nada de particular; era una pequeña caja de cartón, la abrió sin mas dilación y allí se encontraban las cartas y los recuerdos de sus tiempos de noviazgo con Miguel, Lucía se echó a llorar y la soledad mas profunda la inundó, se fue corriendo hacia el baño, cogió un frasco de pastillas, pero se le resbaló de las manos, empezó a recogerlas del suelo, pensaba que se volvería loca ante tal desesperación, en ese momento saltó el contestador del teléfono, era Javier, tenía que hablar urgentemente con ella.
La cálida luz del Monte Bajo hacía que los recuerdos se desvaneciesen, la brisa de la campiña mecía su alma y la reconfortaba hasta el punto de transformarla en un ser etéreo, las confesiones de Javier ya no la perturbaban, el amor incondicional que se habían profesado él y Miguel a escondidas de ella, ya no enturbiaría mas su corazón.
A lo lejos vio llegar a Javier con un pastel de chocolate y un álbum de fotos, parecía presentarse una agradable tarde, llena de encuentros y verdades.